Locos. Una comedia de gestos by Felipe Alfau

Locos. Una comedia de gestos by Felipe Alfau

autor:Felipe Alfau [Alfau, Felipe]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1936-01-01T00:00:00+00:00


UNA VISIÓN

Una tarde, mientras Chinelato se dirigía en su carruaje hacia La Luneta, vio a una de las pocas mujeres a las que realmente habría de amar en su vida.

Fue una súbita e inesperada visión que momentáneamente perturbó todas sus facultades mentales. Ella iba en un carruaje ligero, completamente vestida de blanco, pero su traje, al igual que sus rizos dorados y su nívea complexión, quedaban teñidos de un rosa subido procedente del parasol rojo que ella sostenía sobre su cabeza y la de la anciana dama sentada a su lado, y esos reflejos rojos hacían que sus grandes ojos azules pareciesen dos maravillosas amatistas púrpura.

Chinelato no percibió los detalles. Había quedado paralizado por esa fugaz visión en rojo y oro que se alejaba en el crepúsculo envuelta en una nube de ilang-ilang y sampaguita. Él se volvió literalmente dentro de su carruaje y se apoyó en la capota plegada como si fuese una ventana, con la boca abierta y los ojos clavados en el rojo parasol que se empequeñecía en la distancia como una amapola arrastrada por el viento en la incandescencia del atardecer.

El caballero sentado a su lado le tiró de la manga y dijo suavemente:

—¿Le gusta, señor Chinelato?

—¿Quién… es? —preguntó, todavía no del todo repuesto de la impresión.

—Es la señorita Bejarano, hija única de don Esteban Bejarano y Ulloa, un funcionario del gobierno español.

—Bien, pues es la criatura más hermosa que yo haya visto en mi vida, aunque sea hija de un funcionario del gobierno español.

—Pero, señor Chinelato, creía que usted ya había pasado la época de mirar a las mujeres hermosas. Es usted un hombre casado.

—Usted sabe perfectamente lo mucho que, en estos países, el matrimonio se interpone en el camino del amor… Esa muchacha es sencillamente maravillosa y si yo…

—Pero también su esposa es muy bella, señor Chinelato…

A Juan Chinelato siempre le enfurecía el que la gente pusiese objeciones a lo que deseaba.

—Si encuentra que mi esposa es tan bella, quédesela —dijo brutalmente.

El otro alzó ligeramente las cejas, pero volvió a sonreír con suavidad:

—Qué cosas dice usted, señor Chinelato.

—¡Qué diablos! Digo lo que pienso y lo digo claramente. Mi esposa ya no me interesa. Busco la diversión donde sea. Ella puede buscar sencillamente alguien que la ame más asiduamente que yo, salvo que sea un cura.

El otro se echó a reír.

—De verdad, no me importa ser un cornudo, pero me niego a ser el proveedor de un cura. ¡Qué diablos! Ellos son los sempiternos destrozahogares de este país. No hay ni un solo hogar en el que no hayan escondido a su bastardo en alguna esquina. Están todos gordos y lustrosos… y ya sabe usted cuánto me gustan las mujeres gordas y lustrosas.

—Sí, la señorita Bejarano está llenita y muy desarrollada para su edad.

A la sola mención de su nombre, Chinelato cayó en una ensoñación. Parecía hablar para sí mismo y chasquear la lengua mentalmente. Permaneció silencioso un rato más y entonces concluyó en voz alta:

—… sí, es una mujer de bandera —y volvió a caer en la ensoñación para no hablar de nuevo durante el trayecto.



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